martes 18 de agosto

martes, 18 de agosto de 2009


Aprendiendo a vivir

El transcurrir del tiempo le había enseñado a luchar, a “guerreársela” como ella decía, con solo 20 años, desempleada y con una niña de 16 meses estaba Ildara. La vida le había dado un espaldarazo con el nacimiento de su hija, un puntapié del cual se sentía incapaz de reponerse.

Cuando aún celebraba sus 18 años, desarrollaba sus estudios en Contaduría Pública en una prestigiosa universidad y trabajaba en un consorcio de administradores y contadores, Ildara de dio cuenta que próximamente iba a ser madre, hecho para el cual no estaba preparada.

Desde ese momento la vida se le empezó a desplomar como un juego de dominó que es apilado una pieza tras otra, primero su fortuita pareja se rehusaba a reconoce la paternidad de su hijo. Su familia, que aún no se entraba, le cerraría las puertas y ella se vería obligada a abandonar su casa. Pese a ello era optimista y se rehusaba a fracasar como su madre le dijo alguna vez.

Con un haz bajo la manga siniestramente y traicionando sus principios, lo intentó; rompió su ética, violento su moral, pateó su fé y como un “medicucho” se lo había sugerido bebió el conjunto de hiervas que la desatarían del problema.

Esa noche se le hizo imposible conciliar el sueño, en el transcurso de la semana continuo con los brebajes, para entonces ya tenía poco más de tres meses de embarazo y pese a sus maniobras para ocultarlo, una delineada silueta que rompía bruscamente con el vello que salía de su jean se empezaba a exhibir.

Al cumplir las 16 semanas de gestación, y ante la incapacidad de de esos brebajes de deshacerse de lo que ella llamaba su problema, se aferró a la oportunidad de tenerlo, de fracasar ante los ojos de su madre y de perderle la primera batalla al destino dejando la universidad.


Pero el dominó de su vida, que ya se desplomaba no dio tregua, e Ildara perdió su trabajo, ahora se encontraba sola, sin trabajo, sin su amante fortuito, sin la posibilidad de estudiar y con el temor más grande. Contarle a su familia.

Su padre no era mala gente, era un hombre trabajador, desplazado por la violencia y algo analfabeto, radical y excesivamente machista; su madre era extremadamente religiosa y de seguro se escandalizaría; por eso ella decidió cercarse y ocultar su secreto.

Secreto que la traicionó descaradamente cuando una mañana su blusa se levanto ante los ojos de su madre quien se percató de lo que pasaba, y aunque Ildara intento negarlo, le fue imposible, lo curveado de su vientre y su indiscreto ombligo fueron los detonantes y causantes de la caída de la pieza central de su juego de dominó.

La confusión se propagó por la casa de la humilde familia, entre el llanto, los reproches y la incertidumbre transcurrió aquella veraniega tarde del mes de noviembre.

Margarita, su madre no ocultaba su decepción, pero se le evidenciaba más su preocupación ante el futuro de su hija mayor. ¿Cómo contárselo a su esposo?, él sin duda echaría a Ildara de casa y ella quedaría desprotegida a merced de nadie.

El buque se hundía y no había forma de evitarlo, esa tarde su padre dió una fecha de plazo que no excedía los 4 días para que Ildara desapareciera de sus vidas, si la pieza central de su dominó le dejo el alma agobiada, la siguiente la llevó a necerrarse en una profunda desilusión, estaba sola, en cinco meses lo había perdido todo, su vida ya no era vida, y el futuro era un trayecto siniestro y agobiante donde no se filtraba ni un rayo de luz con la llegada del alba o la partida del sol en un ocaso.

Nunca lo dijo, pero nunca aceptó perder lo que era, ni decidió dejarlo todo por ese nuevo regalo que no había pedido, solo lo disfrazó e intento pintarlo de colores para que no le doliera tanto; con el paso de los días su padre entró en razón, pera ya era demasiado tarde.

Mientras el sol de la madrugada de un cuatro de marzo traía bruscamente y con sórdidos gritos en la sala de un hospital a la que fuera el sexto miembro de esa humilde familia y mientras Juan, el que prontamente seria tío, esperaba; Ildara tomaba una decisión. Jamás pensó en suicidarse, tampoco en hacerle daño a esa pequeña de ojos claros y cálida que una enfermera le entregaba complacida y le decía “es niña, felicitaciones”, solo se desconecto de su destino, se rehusó a ver caer la última pieza del dominó y se negó empezar a construirlo de nuevo con una dirección diferente.


Se encerró en ella misma, perdió el control, y aunque ahora lleva una vida normal como una madre amorosa ante el público, no fue capaz de volver a aprender a vivir, solo sabe levantarse y descargar en sus ratos de poca lucidez su dolor y frustración, se hizo intransigente, incapaz una simple espectadora del dominó que pieza a pieza yace en el piso que ahora es su vida

Por: Lianaga

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