Ideales Urbanos
Como una ese extendida de más de ochenta metros y en el corazón de la ciudad, entre las calles 48 y 49, se encuentra un callejón que es enmarcado por realidades sociales recreadas en paredones recubiertos de brillantes y llamativos colores.
Como una ese extendida de más de ochenta metros y en el corazón de la ciudad, entre las calles 48 y 49, se encuentra un callejón que es enmarcado por realidades sociales recreadas en paredones recubiertos de brillantes y llamativos colores.
Los andenes, los postes de la energía y el moblamiento urbano parecen confundirse con la fluorescencia del arte que cubre cada espacio, más de 50 hongos de cada lado de la calle protegen las elaboradas siluetas revolucionarias y sociales de arte urbano.
Los solitarios, olvidados y drogadictos son los únicos que en medio de la noche encienden una luz en la base de los murales, tal vez para calentarse o para redescubrir su realidad en medio de la inclemente noche en la mítica urbe que erróneamente es llamada “ciudad solidaria y competitiva” al menos es la expresión que su rostro refleja a través de las sombras que se escapan cerca de las fogatas.
Brazos extendidos, miradas profundas, peses, sirenas televisores, simios, hombres con barba finamente delineada, gatos tenebrosos y de colores cálidos van uno tras el otro confundidos y perdidos en grafitis de color azul, rojo, verde, fucsia y morado. Es como entrar en un transe, es encontrarse con la inconformidad, la identidad, los ideales, los temores y sueños de una sociedad reprimida pero revolucionaria, de una urbe que pide respeto e igualdad, que rechaza la discriminación y pelea contra los estereotipos, una ciudad que define su personalidad y defiende sus ideologías.
Hombres que caminan indiferentes y mujeres que llevan sus hijos a la escuela, repudian los artistas de cabello largo y enredado, de barbas gruesas y oscuras de pantalones anchos, camisetas coloridas, artistas que se piensan, que se abren espacio en las calles y que le hacen contrapeso a los museos.
En la calle 40, la urbe mira al under ground , le hace espacio y se permite ser cuestionada, se deja manosear cual amante que desaparece ante la llegada de su esposo, se deja seducir, y como un oasis en el desierto se hace permisiva e incluyente para los anónimos, los diferentes, los hombres de la noche que sostienen bajo sus narices frascos amarillos, los guerreros que se arman de aerosoles e ideales, de igualdad y esperanzas; los guerreros de pantalón ancho y cabello largo y abultado.
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