El pecado de dos adolescentes
El crepúsculo de esa mañana de mayo de 2004 fue el mensajero que descubrió por primera vez su secreto, secreto que los traicionaría años más tarde y que hasta ahora sólo descubría, con aquél amanecer la más dolorosa decisión que ellos tomarían.
Fernando era para entonces un joven de 14 años, alto, delgado y con ojos color claros, nunca había tenido una experiencia parecida, él nunca imaginó que ese viaje de vacaciones repercutiría tanto en su futuro.
Eran las 4 de la tarde del día 12 de mayo del 2000 cuando Fernando llegó al a finca de Francisco, su abuelo, un hombre de avanzada edad y patriarca de una familia de 12 hijos; entre ellos Luis, quien a su vez era padre de dos hijos. Francisco al igual que toda su descendencia tenía un inseparable e indiscutible arraigo religioso, era una familia tradicional, de aquellas que a punta de caña y café habían salido adelante y habían hecho grande a Ántioquia.
Entre los ritos religiosos y la visita al pequeño pueblo los fines de semana, transcurría la vida de aquel anciano y de su hijo, quien vivía a una o dos cuadras. Bastaba con salir de la casa de Francisco, bajar a la cañada y subir a la montaña siguiente para estar en la casa de Luís, sitio que sería el testigo del evento que días después marcaría la vida de Fernando.
Entre los hijos de Luis estaba Mauricio, un joven de la misma edad de Fernando, si bien, para entonces eran semejantes en su desarrollo como jóvenes, la vida les había conducido por caminos muy diferentes. Fernando desde los cuatro años había dejado, gracias a la violencia y en compañía de su madre la tradición campesina de su familia.
Mauricio por su parte, realizaba las labores de campo; ordeñaba, montaba a caballo, deshierbaba, cortaba caña, picaba cuido y cogía café. No obstante ambos redescubrieron en aquel paraje de montañas empinadas y arroyuelos que se perdían entre la espesa selva después de rodear las extensas praderas de la vereda, una nueva forma de conocimiento, una forma que Francisco nunca aprobaría, y de la que nadie podría haber sospechado.
Parecía algo irrisorio pensar que de una familia de “machos” como lo planteaba Francisco, salieran esos sentimientos tan recíprocos entre dos personas de cuerpos semejantes y de inocencia no menos atrevida que la de un adolescente curioso e intrépido.
Esa noche una cachetona luna alumbraba los alrededores de la finca. Mauricio en compañía de Fernando salieron en busca de un caballo, al llegar a la pradera y con la noche de cómplice ambos, entre travesuras llegaron a perpetrar en lo íntimo del alma, abrazaron su deseo y su inocencia, y siendo conscientes de su hombría decidieron dejarlo, solo un rose, solo una efímera experiencia que ambos ocultarían y esperarían que se desvaneciera en sus recuerdos, tal y como había pasado, era solo un juego de adolescentes, solo eso.
Pero la noche aún era algo joven. Cuando llegaron a casa su padres tomaban un café mientras hablaban de asuntos de hombres. Los adolecentes, como era costumbre cada que Fernando iba a pasar vacaciones compartirían la misma habitación.
Esa noche los tenues rayos de luz que la luna irradiaba penetraban por la rendija de la puerta de madera, y mientras un olor algo dulzón se filtraba por los huecos de la ventana, ellos, traicionaron a su Dios, aquel que estuviera tras la puerta y quien cerrara los ojos ante el hecho. De nuevo entre juegos y permisos mundanos perpetuaron el deseo, deslizaron sus manos y por fín, siendo hombres se dejaron seducir; forzaron al destino, no fueron conscientes de su pecado ni de su magistral herejía, solo acariciaron lo que les era prohibido.
El crepúsculo fue el primer testigo de ese amanecer, un amanecer que siluetaba dos cuerpos desnudos, el cuerpo de un joven alto, de ojos claros y cabello negro, y el de un rubio de ojos saltarines, de cuerpo fornido y trabajado y de ondulado abdomen, el primero encima del otro como la noche les había dejado caer.
El silencio pareció ser el acompañante inseparable de aquel crepúsculo que presenció cómo el amante abandonó, sin siquiera alzar la mirada el lecho, mientras el Dios de la puerta le hacia espacio sin reproches. Si la noche cobijó su deseo y la madrugada les hizo menos hombres, el día traería consigo la nostalgia y la incapacidad de aceptarse, ambos se hicieron mudos e indiferentes, habían traicionado a su Dios, a su familia de “machos” y habían descubierto que en su pecado había satisfacción pero también resentimiento.
Esa misma tarde Fernando recogió sus pertenencias y partió de nuevo a la ciudad, el fortuito encuentro le marcó el modelo del torso que amaría por siempre y la forma bajo el ombligo de la que sería amante.
Para el 2006, toda la familia regresó para celebrar el matrimonio de Sofía, una de las tantas nietas de Francisco, quien a sus 18 años había tomado la decisión de uniese en matrimonio.
Era sábado en la tarde y mientras Fernando se encargaba de preparar los elementos necesarios para el video del a boda, apareció tras la puerta una silueta conocida para sus ojos y añorada, una silueta que habló con una voz más madura y que se proponía dejarle al descubierto su frágil voluntad. Un hombre que siendo menos inocente le generó miedo y lo obligo a arrinconar sus deseos y a encerrar sus brazos.
Esa noche ambos hablaron y caminaron por las calles del pueblo después de la boda, hablaron de la novia de Mauricio, de lo feliz que era y de lo ocupado que estaba Fernando en la ciudad planeando su futuro, pero nunca de lo que ambos ocultaban y querían, nunca de aquel encuentro.
Pese a ello miradas indiscretas y que morían poco a poco recordaban que el alma aún alimentaba la necesidad de liberarse, pero no les fue posible, solo dieron la espalda cual puta cuando cobra su salario y a través de un indiscreto espejo ubicado en la sala de la casa de la novia, se dijeron adiós; un adiós que aún se suspende en el aire y que pareciera continuar tejiendo la esperanza de un nuevo encuentro, de una nueva oportunidad.
¿Qué hacer ante su familia?, ¿cómo decirlo?, o ¿cómo no sentir vergüenza del que dirán?, ¿cómo ponerse en pie y decirle a sus padres que no eran tan hombres?, ellos de seguro enfurecerían. Le temieron a eso y de nuevo traicionaron a su Dios, esta vez no por entregarse a un mundano deseo sino por desmembrar la oportunidad de ser felices.
POR: Lianaga
1 comentarios:
uau una ves mas, que buena historia, que lindos recuerdos y que hermosos personajes...
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